Por Eliseo Buenaventura
José Alejandro Peña es, desde sus inicios como escritor (empezó a darse a conocer a partir de 1984 con Poemastro e Iniciación final), una figura importante dentro de las letras dominicanas contemporáneas, reconocido por su temperamento prodigioso, seguro de sí mismo, atento a su propio proceso de escritura, consciente de su rigor estético. Sus primeros libros de poesía, emergieron como una respuesta a la realidad del mundo, el suyo y el nuestro, desde experiencias renovadas continuamente. Sus experiencias lo marcaron desde el comienzo permitiéndole convertirse en el poeta maduro que es ahora. Empezó siendo un poeta agudo, de una fortaleza e imaginación desbordantes, sencillo, a veces; y profundo, siempre. A raíz de la publicación de su libro Amigos, amantes y demonios, tenemos algunas preguntas particulares y otras ya desligadas, por decirlo así, generales.
E. B. : ¿Cómo se generó en ti este libro, Amigos, amantes y demonios ? ¿Cuáles características lo unen o separan de tus libros anteriores?
J. A. P. : Surgió de la idea de agradar a mis amigos y conocidos con algo positivo sobre sus actitudes o personalidades, obviando cualquier impedimento personal, que no diera un dibujo casi exacto, poéticamente hablando, de mis impresiones: quise plasmar en cada caso una impresión rápida y fervorosa, atenta o delicada, pero siempre manejada con el asombro de quien ve a los otros y a su entorno como por primera vez (y tal vez como por única vez).
Además de buscar producir en ellos y en los lectores en general una sonrisa al contacto pleno con el poema, busqué plasmar elementos poéticos verdaderos, entendiendo como verdadero, el flujo y reflujo de una emoción perdurable.
Es asombroso, para mí, el aprendizaje que supuso adoptar el punto de vista de otro poeta, es decir, de las voces extrañas que habitan en cada poema, como una transformación de un yo a otro, vivificado por un ideal, lanzado hacia un futuro que no existe, que tal vez existe o debería existir. Cuando escribo, me transformo en otro poeta o en muchos otros poetas sin rostros: escriben lo que yo les dicto o yo escribo lo que me dictan ellos desde un anonimato imperdonable.
Esta característica la comparto en cada uno de mis libros, con distintos planos de alternancia y rejuego de los tiempos del verbo, de los intensos giros que matizan una percepción, subiendo o bajando de tono, degradando un tono o recomponiendo un accidente. Cada poema es un experimento, un desafío, lleno de dramas. Es como arrojar al aire una moneda, apostando a ambas caras: el resultado tendría que ser satisfactorio, mínimamente, caiga del lado que caiga. Claro, no me conformo nunca con lo primero que encuentro, a menos que se trate de algo insuperable, algo poéticamente insuperable.
Este libro tiene muchas otras caracteristicas que comparte con mis otros libros, sin embargo, se separa bastante de ellos, tal vez porque así me lo propuse o tal vez porque no debió ser de otra manera.
Es un libro de amor, sobre el amor, sobre la amistad y sobre los demonios de la vida cotidiana. Es una celebración a la amistad, un coqueteo continuo con lo mejor del otro. La amistad es el reconocimiento del amor que nos inspira otra persona, pues la amistad verdadera la genera el grado de amor de quien ama alguna vez o ama siempre. Este libro no es un libro unitario en sí mismo, como bien puede parecer: no hay dudas en torno a su relativa unidad, pero tampco es, en sí mismo, tan diverso, que no pueda concebirse como parte de un algo, de una totalidad. En este libro hay distintos estilos o modelos de poemas, voces que se entrecruzan, riñen, se subleban, chocan, se desgarran y vuelven a su punto de reposo: son voces muy accidentadas, que se originaron en mí desde muy temprano.
E. B. : ¿Te sientes vinculado a los poetas de tu generación, la Generación 80?
J. A. P.: Quiero imaginar que estoy vinculado a todos los poetas, no solamente de mi generación, sino a todos, puesto que la poesía participa en todos por igual. No es menos poeta el que menos poemas escribe ni es más poeta el que escribe más. Tampoco es más lector quien lee muchos libros, pues quienes leen bien, no necesitan leer tanto. Claro, es bueno leer mucho y aprender mucho, tener mucho y dar mucho. En definitiva, no puedo medir la poesía como se la mide actualmente en nuestro país: no se trata de meter, de buena gana, a una serie de individuos en un gallinero. La historia de nuestra literatura ha sido eso: un gallinero donde sobra todo, o sobra bastante de todo. Nunca falta menos que todo lo mejor, lo que nunca se puede llegar a incluir en los catálogos de objetos perdidos.
Yo no leo a José Alejandro Peña, por ejemplo, como parte de una generación, lo leo porque lo encuentro rico en su lenguaje, desbordante en sus experiencias, enmarcado y embebido de su propio mundo: sin su totalidad, me sería insipido buscar a un José Alejandro Peña en una tienda donde se venden réplicas del verdadero José Alejandro Peña. O réplicas de réplicas de un José Alejandro Peña desconocido para mí y para el mundo. Y eso es lo que está pasando actualmente en nuestro país: se quiere hacer que encaje bien la cosa, que se establezca una ley general del gusto literario, que es lo que manda en la mente colectiva. Cuando se me enmarca dentro de una generación, se me está limitando, y yo pienso que es lo que venimos haciendo en nuestro país con cada escritor: se le asfixia al comprimírsele. Me refiero a los prejuicios: nuestros escritores son seres muy acomplejados; nuestros críticos viven cayendo de uno a otro prejuicio, no leen a nuestros poetas como se lee la poesía, sin ataduras, libre en todo momento, buscando la sorpresa y la felicidad. Si alguien lee mis poemas, querrá asociarme a los poetas de mi generación, lo cual no está mal, pero es lo único que hace o puede hacer, no le alcanza la generosidad ni la vida para expandirse a criterios más elevados, a un nivel de comprensión de la individualidad poética. Nuestros críticos, en ese sentido (y en muchos otros) son mezquinos. Viven gobernados por la insipiedz y la superchería, son demasiado audaces al momento de hablar de los malos poetas, entendiéndolos como superiores a los mejores: no es solamente ceguera intelectual o ignorancia, es también mezquindad e hipocresía. Los mismos poetas de mi generación copian ese comportamiento, lo practican, incluso, con morbo.
Lo que más necesita un escritor, además de buena salud y buen sexo, es espacio y tiempo. Pero voy a explicarme un poco sobre algo: cada persona es poeta, escriba o no. La poesía vive en la vida de cada individuo. Por eso es fácil detectar la condición más elevada en los hombres, puesto que arrastra consigo la condición del poeta, no importa cual sea su disposición o su punto de vista sobre el mundo: el hombre es útil a la poesía, como todas las cosas y seres del mundo. Me divierte pensar que no es menos útil un poema que un ferrocarril, pero estoy seguro que la gente preferiría un buen poema a un millón de dólares.
E. B. : ¿Cuáles de los poemas de Amigos amantes y demonios consideras como los fundamentales o mejores de todo el conjunto?
J. A. P. : Todos son excepcionales, modestia y aparte. Yo no escribo poemas que no estén destinados a ser. Un poema se hace como se hace una casa, una mesa, un aeroplano, un reloj o una bombilla: debe estar dotado de algo que le da su condición objetiva: todos los obajetos que te he mencionado tienen utilidad conocida, el poema también es un objeto: se hace con palabras que designan cosas, palabras que significan algo, que se corrompen o anulan para reconstruirse de acuerdo a sus propios valores morfológicos o semánticos, de acuerdo a sus propias necesidades de significación vital. Un poema es una modulación de vacío, y nada hay más perfecto que la idea que tenemos del vacío. Poema es perfección de forma: dada la forma, todo lo otro es contenido. Si envuelves un mensaje en un papel: el papel es el medio por el cual se comprende lo otro: la forma vive por el contenido, es gracias al contenido que llegamos a ella.
Un poema que no implique un mínimo de esfuerzo creativo, no merece nuestro interés. Debido a este punto de vista, busco en cada intento de poema, lograr fijar el interés del lector, un lector hipotético, lejano o cercano, tan familiar como una cosa y tan ajeno y distante como un astro indescubierto: ¿qué hacer, entonces, con ese lector hipotético? intento sumirlo en un mundo que debe parecerle hermoso, aunque sea insoportable. O lo contrario, que le parezca infernal, horripilante o difícil, con tal de que le parezca algo distinto a lo que ya conoce.
E. B.: De los poetas jóvenes, ¿cuáles llaman tu atención?
J. A. P. : Tu pregunta no me es muy simpática. No lo conozco todo ni a todos, pero amo el conocimiento de todo lo que sea bueno y útil a mi espíritu. Poetas que nacieron antes que yo, mucho antes, merecen, sin duda, mi atención, sin embargo, estoy en una etapa en la que prefiero releer a los clásicos. No me atrevo a preciparme con una larga lista de nombres. Por lo pronto me llegan los nombres de Natcha Batlle y de Rossalinna Benjamín, pero no creo que sean jóvenes, no tan jóvenes si consideramos que el tiempo nos va pasando a todos. Sin embargo, es digno subrayar que el poeta gana juventud con cada poema que escribe.
E. B. : Háblame sobre el proyecto Almava Editores, ¿qué significa?
J. A. P. : El proyecto Almava Editores, como todos los proyectos que yo he dado inicio o influido en su iniciación o desarrollo, es un proyecto filantrópico: busca hacer algo por el bien de alguien o por el bien de muchos y, mientras mayor sea el número, mejor. Es una editorial o empresa editorial independiente, sin fines de lucro, que se ampara o es amparada en las personas que ampara: los amigos y amigos de los amigos, en una cadena infinita.
Biografía
Sobre José Alejandro Peña
José Alejandro Peña nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1964. Emigró a los Estados Unidos en 1995, donde funda y dirige Ediciones El Salvaje Refinado y Obsidiana Press. Obtuvo una licenciatura en Arte y Estudios Internacionales en la West Virginia State University, en los Estados Unidos. En 1986, la Biblioteca Nacional, en su prestigiosa Colección Orfeo, dirigida por el también poeta Cándido Gerón, publicó su libro El soñado desquite, con el cual obtuvo el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña de Henríquez.
La poesía de José Alejandro Peña se caracteriza por un lenguaje pulcro, delineado por una imaginación vigorosa, con imágenes casi visuales, que tienden a la surrealización y la simbolización. El uso constante de metáforas inusuales, paradojas y metonimias, entre otros recursos estilísticos, hacen de la suya una poesía que bien podría denominarse como neobarroca. Otra caracteristica de su poesía radica en un complejo manejo de la ironía, desafiando los convencionalismos y las frivolidades del mundo actual.
Libros publicados:
Iniciación Final (1984), El soñado desquite (1986), Pasar de sombra (1989), Estoy frente a ti, niña terrible (1994), Blasfemias de la flauta (1999), Mañana, el paraíso (2001), El fantasma de Broadway Street y otros poemas (2002), La vigilia de todas las islas (2003), Suicidio en el país de las magnolias (2008), Trampantojo (2016), El caballo de Atila (2021). Cóctel para sonámbulos (2021), Dejad hablar al viento (2021), Esperpéntico antiarcangélico y sexualísimo (2021), Pavor en el país natal (2021).